sábado, 28 de marzo de 2015

Manchas de sangre

Cuando desperté la cama estaba llena de sangre y había un cuchillo sobre la mesa de noche.  Mi primer pensamiento fue que alguien había hecho daño a Ángela y durante un par de segundos mis latidos se detuvieron, pero recordé que estaría en casa de su madre hasta el jueves y mi cerebro dio la orden a mi corazón para que éste siguiera funcionando.
Me senté en el borde de la cama, del lado manchado, y el desagradable sonido que hicieron las sábanas empapadas estuvo a punto de hacerme vomitar. Me dio más asco que la visión de toda aquella sangre. Me puse de pie y revisé mi cuerpo desnudo aunque estaba claro que no podía ser mía. Nadie podría tener una hemorragia de ese tamaño y seguir vivo. Mis manos estaban rojas y tenía algunas salpicaduras en el pecho.
Me obligué a observar detenidamente la escena dantesca que me rodeaba, en busca de pistas.
La sangre encharcaba todo el lado izquierdo de la cama y el piso de madera.
-Donde duerme Ángela- pensé con incomodidad. No había rastros que me hicieran pensar que la víctima (¿Mi víctima?) hubiera salido por la puerta o la ventana pero aún así me asomé por ambas. El pasillo estaba impecable y la ventana daba a un tercer piso; en la acera una pareja se besaba sin hacer caso a la persistente llovizna.
Me quedé bajo la ducha observando el agua teñida que se iba por el desagüe y tras un tiempo que no podría determinar me puse una bata sin haberme secado antes.
Encendí un cigarrillo y volví a mirar la habitación. No podía quitarme de la cabeza que de ese lado dormía Ángela. Saqué mi teléfono del cajón pero no la llamé.
¿Qué iba a decirle, que sólo llamaba para saber si estaba viva?
Tenía que averiguar qué había ocurrido.  De mi lado de la cama había una botella vacía de vodka que seguramente explicaba mi incapacidad de recordar.
¿Y si el vodka me convirtió en asesino?
Traté de rebobinar pero no había nada en mi cabeza más allá del martes cuando despedí a mi mujer con un beso y le aseguré que no saldría de casa. Haría una súper maratón de “How i meet your mother”.
El teléfono vibró en el bolsillo de la bata y corrí asustado hasta donde había dejado el cuchillo. Cuando logré tranquilizarme revisé mis mensajes.
“Acabo de llegar, me había dejado el teléfono. Parece muy real maldito psicópata jajaja”
Deslicé la pantalla para ver qué había más arriba de todos los smileys que acompañaban el mensaje de Ralph: Era yo en un grotesco selfie, con mucha más sangre en mi torso y mi cara que cuando desperté, lamiendo las gotas que caían del cuchillo; al fondo se veía el armario entreabierto.
No me había fijado pero sí había un rastro en la habitación. Uno que se detenía frente al armario en el que podía verse la huella roja de mi mano. La puerta estaba bien cerrada ahora.

Miré nuevamente la foto y esta vez sí vomité. Había sido enviada a la una de la mañana del día sábado.
Marqué el número de Ángela y su tono de llamada empezó a brotar del armario.

lunes, 9 de marzo de 2015

Fracaso

He logrado un delicioso nivel de fracaso tan contundente que terminé por hacerme inmune a la derrota. Cualquier nimiedad se ha convertido en un logro y me quedo satisfecho fácilmente.
A nadie desilusiono porque nadie espera nada y consecuencia de eso, nadie sufre por mi culpa.
¡Si hubiera sabido que fracasar produce tanta calma y tanta felicidad habría comenzado a estrellarme contra el mundo mucho antes!

domingo, 1 de marzo de 2015

Perversiones ocultas

La puerta se abre de forma tan violenta que Roberto sólo alcanza a gritar con el rostro mucho más pálido de lo habitual. Junto al pestillo que cuelga inútil aparece un rostro colorado por la ira.
El padre de Roberto tartamudea furioso:
-¡Lo sabía, pervertido! ¡Esas demoras en el baño!
-¡No es lo que crees papá!
-¿No es lo que creo? ¿Te atreves a decirme que no es lo que creo?
El padre de Roberto lanza una zarpa a velocidades impropias para alguien de su edad y gordura, arrebata la revista Penthouse a su hijo y lo golpea en el rostro con ella, todo en un solo movimiento que el ojo humano no es capaz de captar. Al menos no el ojo del pobre Roberto.
Roberto observa nervioso como su padre abre la revista por las páginas centrales y saca con gesto triunfal un librito. 
-¡Degenerado, maricón asqueroso!
Una nueva tanda de golpes cae sobre el chico que llora explicaciones, mientras intenta recuperar los veinte poemas de amor de Neruda.