Cuando desperté la cama estaba llena de sangre y había un
cuchillo sobre la mesa de noche. Mi
primer pensamiento fue que alguien había hecho daño a Ángela y durante un par
de segundos mis latidos se detuvieron, pero recordé que estaría en casa de su
madre hasta el jueves y mi cerebro dio la orden a mi corazón para que éste
siguiera funcionando.
Me senté en el borde de la cama, del lado manchado, y el desagradable sonido que
hicieron las sábanas empapadas estuvo a punto de hacerme vomitar. Me dio más
asco que la visión de toda aquella sangre. Me puse de pie y revisé mi cuerpo desnudo aunque estaba
claro que no podía ser mía. Nadie podría tener una hemorragia de ese tamaño y seguir
vivo. Mis manos estaban rojas y tenía algunas salpicaduras en el pecho.
Me obligué a observar detenidamente la escena dantesca que me rodeaba, en busca de pistas.
Me obligué a observar detenidamente la escena dantesca que me rodeaba, en busca de pistas.
La sangre encharcaba todo el lado izquierdo de la cama y el
piso de madera.
-Donde duerme Ángela- pensé con incomodidad. No había rastros que me hicieran pensar que la víctima (¿Mi víctima?) hubiera salido por la puerta o la ventana pero aún así me asomé por ambas. El pasillo estaba impecable y la ventana daba a un tercer piso; en la acera una pareja se besaba sin hacer caso a la persistente llovizna.
-Donde duerme Ángela- pensé con incomodidad. No había rastros que me hicieran pensar que la víctima (¿Mi víctima?) hubiera salido por la puerta o la ventana pero aún así me asomé por ambas. El pasillo estaba impecable y la ventana daba a un tercer piso; en la acera una pareja se besaba sin hacer caso a la persistente llovizna.
Me quedé bajo la ducha observando el agua teñida que se iba
por el desagüe y tras un tiempo que no podría determinar me puse una bata sin
haberme secado antes.
Encendí un cigarrillo y volví a mirar la habitación. No
podía quitarme de la cabeza que de ese lado dormía Ángela. Saqué mi teléfono
del cajón pero no la llamé.
¿Qué iba a decirle, que sólo llamaba para saber si estaba viva?
¿Qué iba a decirle, que sólo llamaba para saber si estaba viva?
Tenía que averiguar qué había ocurrido. De mi lado de la
cama había una botella vacía de vodka que seguramente explicaba mi incapacidad
de recordar.
¿Y si el vodka me convirtió en asesino?
Traté de rebobinar pero no había nada
en mi cabeza más allá del martes cuando despedí a mi mujer con un beso y le aseguré
que no saldría de casa. Haría una súper maratón de “How i meet your mother”.
El teléfono vibró en el bolsillo de la bata y corrí asustado
hasta donde había dejado el cuchillo. Cuando logré tranquilizarme revisé mis
mensajes.
“Acabo de llegar, me había dejado el teléfono. Parece muy
real maldito psicópata jajaja”
Deslicé la pantalla para ver qué había más arriba de todos
los smileys que acompañaban el mensaje de Ralph: Era yo en un grotesco selfie, con
mucha más sangre en mi torso y mi cara que cuando desperté, lamiendo las gotas
que caían del cuchillo; al fondo se veía el armario entreabierto.
No me había fijado pero sí había un rastro en la habitación.
Uno que se detenía frente al armario en el que podía verse la huella roja de mi
mano. La puerta estaba bien cerrada ahora.
Miré nuevamente la foto y esta vez sí vomité. Había sido
enviada a la una de la mañana del día sábado.
Marqué el número de Ángela y su tono de llamada empezó a brotar del armario.
Marqué el número de Ángela y su tono de llamada empezó a brotar del armario.