lunes, 21 de septiembre de 2015

Roberta Glamour

Unos últimos retoques y ya estaba lista. Ya no era Roberto G (la “G” era de García) como aseguraba la plaquita prendida a la camisa de la que se despojó hacía un buen rato.
Ahora era Roberta G (pronunciado “Yi”, solía decir) y esa “G” era de Glamour.
Fue precisamente así como la presentaron, como Roberta Glamour.
Al escuchar los cálidos aplausos su rostro se iluminó, se acomodó el relleno del sujetador y salió taconeando con sus enormes plataformas al encuentro de sus amados parroquianos.
A pocos metros del escenario tropezó con un colosal saco de plumas y lentejuelas.
La voluminosa Agatha acababa de terminar su espectáculo. Con metro noventa y mas de ciento veinte kilos pocos habrían sospechado que se ganaba la vida imitando a la Pantoja.
Al ver a Roberta; Agatha, a quien cariñosamente en referencia a su enorme talla todos llamaban “maricasauria”, le dio un fuerte abrazo de oso que le sacó nuevamente de su sitio las tetas postizas.
 -¡Rómpete una pata, zorra! -le deseó con una sonora carcajada.
Roberta se acomodó el pecho y salió a realizar su monólogo:
-Estoy aquí, damas y caballeros, porque el salón de espectáculos “La Gata Loca” recibió dos mil quinientos correos electrónicos pidiendo que se me invitara... El público incrédulo le lanzó una mirada de desconfianza. Roberta se rió interiormente y continuó:
-Y los dueños decidieron que una loca que se pone a escribir dos mil quinientos e-mails merece que la inviten...
Todos estallaron estrepitosamente ante la ocurrencia y Roberta supo que ya los tenía.
Continuó hablándoles de su vida mientras se movía con soltura entre las mesas. Les contó que su familia era tan pobre que el último que había probado la carne había sido ella hace quince años en un glory hole.
El público le celebraba cada burrada y un joven rubio, obligado por sus compañeros de mesa, le dio un manotazo en el trasero al que ella respondió con un beso en los labios. El chico se puso rojo de tal manera que Roberta temió por su salud, se levantó y corrió sin parar hasta llegar a la salida mientras entre risas ella le gritaba:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Quince minutos después, entre vítores, Roberta desaparecía del escenario.
Se duchó y se puso nuevamente su uniforme de guarda de seguridad.
Volvía a ser Roberto García.
Salió por la puerta de atrás, se topó con varias personas que habían estado en el espectáculo y ninguna lo reconoció, como tampoco lo reconocieron los compañeros del chiquillo del beso que esperaban a Roberta armados con palos. El rubio no estaba con ellos y en cierto modo eso le alivió. No quería pensar que había besado a un homofóbico.
Cuando llegó a la fábrica de conservas que cuidaba en el turno de las tres de la madrugada, le presentaron a su nuevo compañero: el mismo joven de la gata loca.
Carlos, que era como se llamaba aquel chico, no reconoció a Roberta Glamour en su colega.
Tras las presentaciones salieron a hacer la ronda y no habían caminado mucho cuando una enorme mole cruzó la calle.
Maricasauria, aún envuelta en plumas y lentejuelas, se dirigía a su hogar.
Carlos agarró una lata y se la lanzó con rabia.
-¡Maricón!
Agatha no estaba acostumbrada a quedarse callada y le soltó:
-¡Tu madre! -Luego echó a correr tan rápido como le permitían sus tacones.
El joven sacó su tonfa y salió a perseguirla. Roberto decidió que debía hacer algo, pero no sabía qué así que gritó:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Carlos se frenó en seco y guardó su porra.
Sin decir una palabra volvió a su puesto procurando mantener cierta distancia de Roberto mientras mentalmente redactaba una solicitud de traslado.