Unos últimos retoques y ya estaba lista. Ya no era Roberto G (la “G”
era de García) como aseguraba la plaquita prendida a la camisa de la
que se despojó hacía un buen rato.
Ahora era Roberta G
(pronunciado “Yi”, solía decir) y esa “G” era de
Glamour.
Fue precisamente así como la presentaron, como Roberta
Glamour.
Al escuchar los cálidos aplausos su rostro se iluminó, se
acomodó el relleno del sujetador y salió taconeando con sus enormes
plataformas al encuentro de sus amados parroquianos.
A pocos
metros del escenario tropezó con un colosal saco de plumas y
lentejuelas.
La voluminosa Agatha acababa de terminar su
espectáculo. Con metro noventa y mas de ciento veinte kilos pocos
habrían sospechado que se ganaba la vida imitando a la Pantoja.
Al
ver a Roberta; Agatha, a quien cariñosamente en referencia a su
enorme talla todos llamaban “maricasauria”, le dio un fuerte
abrazo de oso que le sacó nuevamente de su sitio las tetas
postizas.
-¡Rómpete una pata, zorra! -le deseó con una sonora
carcajada.
Roberta se acomodó el pecho y salió a realizar su
monólogo:
-Estoy aquí, damas y caballeros, porque el salón de
espectáculos “La Gata Loca” recibió dos mil quinientos correos
electrónicos pidiendo que se me invitara...
El público
incrédulo le lanzó una mirada de desconfianza. Roberta se rió
interiormente y continuó:
-Y los dueños decidieron que una
loca que se pone a escribir dos mil quinientos e-mails merece que la
inviten...
Todos estallaron estrepitosamente ante la ocurrencia
y Roberta supo que ya los tenía.
Continuó hablándoles de su
vida mientras se movía con soltura entre las mesas. Les contó que
su familia era tan pobre que el último que había probado la carne
había sido ella hace quince años en un glory hole.
El público
le celebraba cada burrada y un joven rubio, obligado por sus
compañeros de mesa, le dio un manotazo en el trasero al que ella
respondió con un beso en los labios.
El chico se puso rojo de tal manera que Roberta temió por su salud, se
levantó y corrió sin parar hasta llegar a la salida mientras entre
risas ella le gritaba:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Quince
minutos después, entre vítores, Roberta desaparecía del escenario.
Se duchó y se puso nuevamente su uniforme de guarda de seguridad.
Volvía a ser Roberto García.
Salió por la puerta de atrás,
se topó con varias personas que habían estado en el espectáculo y
ninguna lo reconoció, como tampoco lo reconocieron los compañeros
del chiquillo del beso que esperaban a Roberta armados con palos.
El rubio no estaba con ellos y en cierto modo eso le alivió. No quería
pensar que había besado a un homofóbico.
Cuando llegó a la fábrica de conservas que cuidaba en el turno de las tres de la
madrugada, le presentaron a su nuevo compañero: el mismo joven de la
gata loca.
Carlos, que era como se llamaba aquel chico, no
reconoció a Roberta Glamour en su colega.
Tras las
presentaciones salieron a hacer la ronda y no habían caminado mucho
cuando una enorme mole cruzó la calle.
Maricasauria, aún envuelta
en plumas y lentejuelas, se dirigía a su hogar.
Carlos agarró
una lata y se la lanzó con rabia.
-¡Maricón!
Agatha no
estaba acostumbrada a quedarse callada y le soltó:
-¡Tu madre!
-Luego echó a correr tan rápido como le permitían sus tacones.
El
joven sacó su tonfa y salió a perseguirla. Roberto decidió que debía hacer algo, pero no sabía qué así que gritó:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Carlos se frenó
en seco y guardó su porra.
Sin decir una palabra volvió a su puesto
procurando mantener cierta distancia de Roberto mientras mentalmente
redactaba una solicitud de traslado.