Sara despertó confundida y sus
ojos enfocaron incrédulos un cielo estrellado. Sentía que estaba tumbada en el
agua pero no tenía frío.
Levantó un poco la cabeza y se
observó. Llevaba la misma blusa negra que recordaba haberse puesto en la mañana
pero esos extraños pantalones azul verdoso no le eran familiares.
-Mierda, es mi piel- Estaba
desnuda de cintura para abajo y su piel tenía un color extraño. Sus pies
quedaban ocultos por el agua negra recubierta de una espuma sucia. Levantó una
mano y la observó horrorizada y fascinada a la vez. Una membrana unía sus dedos
que estaban teñidos del mismo tono alienígena.
Sacó sus pies del agua y confirmó
que también tenían la misma membrana. Era como si llevara aletas de buceo.
-Parezco un sapo- En cuanto tuvo
ese pensamiento sus recuerdos se activaron como si “sapo” fuera un interruptor.
Su jefe siempre le había
producido asco con sus ojos saltones y su cuerpo rechoncho y verrugoso: El
viejo sapo.
La paga era buena y no había
mucho qué hacer en esa destartalada tienda de artículos esotéricos pero el
viejo no paraba de mirarla de forma lasciva. Unos meses más hasta terminar la
universidad y se largaría de ahí.
Lo último que lograba recordar
era al viejo intentando besarla. La tienda cerrada, una excusa barata y ella
había quedado atrapada con aquel anciano.
-¡Suélteme viejo asqueroso!
Preferiría besar un sapo antes que a usted… uno real, quiero decir- se corrigió burlona.
-Eso puede arreglarse- contestó
el viejo sonriendo con su boca enorme y desdentada.
Un movimiento rápido de sus dedos
largos y unos polvos chocaron contra el rostro de Sara dejándola ciega y
confundida.
Cuando despertó estaba
desnuda y el viejo intentaba quitarse
los pantalones… o ponérselos (¡Dios, que se los esté quitando!). Le dio una patada y se levantó veloz. Se puso la blusa y miró a su alrededor buscando sus propios pantalones.
-Sucio vejestorio infeliz- Lo abofeteó
con fuerza y corrió sin importarle ya dónde estaba el resto de su atuendo.
-¡Volverás muchacha, volverás
suplicando a este viejo sapo!
No era una casa como tal. Era una
especie de cueva de piedra aunque provista de electricidad y televisión por lo
que pudo observar. No vio un teléfono.
Descendió por un túnel hasta
llegar al agua negra y poco profunda. La misma en la que se encontraba ahora; esa
asquerosa agua cubierta de espuma que parecía algún tipo de desecho industrial.
Corrió hasta que el cansancio la
derrumbó y se quedó dormida en una orilla. Entonces despertó con la piel de
aquel color enfermizo y membranas en pies y manos.
Tenía que volver donde aquel
maldito viejo para saber qué le había ocurrido. Empezó a desandar lo recorrido consolándose
en el hecho de que aún tenía cabello. Se cubría tímidamente su sexo con una
mano avanzando casi a tientas por el hediondo pantano o lo que fuera aquello.
Era fácil encontrar el lugar
porque una luz salía del túnel ascendente. A medida que avanzaba se hacía cada
vez más cegadora, como si hubiera muerto y recorriera el estereotipado camino
al más allá. Pero al final del túnel no le esperaban sus seres queridos, le
esperaba el horror.
Al llegar arriba vio que la luz era una
trampa eléctrica para insectos. La bandeja estaba llena de ellos y al verlos
sintió asco y hambre a la vez. El viejo leía un libro mohoso.
-Te dije que volverías muchacha
tonta. Seguro que ya no te parezco tan repugnante.
El viejo tenía el mismo color
azul verdoso en su piel y las mismas membranas. De algún modo Sara supo que ese
era su verdadero aspecto.
-¿Qué me hizo maldito viejo?- Le
sorprendió escuchar esa voz de lija tan extraña y profunda y estuvo a punto de
girarse para ver si alguien más había dicho lo que ella sólo había pensado.
-Estarás así durante un año. Me
servirás, me cuidarás y serás mi mujer a todos los efectos. Si obedeces te
devolveré tu aspecto.
-¿Y si no lo hago?
-Seguirás así idiota.
No volverás a ser la misma mientras yo viva.
En la mirada del viejo Sara pudo
ver que se arrepintió de las últimas palabras casi al mismo tiempo que las
dijo.
-Eso puede arreglarse- Le
devolvió la frase que él había usado y saltó con sus poderosas ancas desnudas
(ancas, no había otra palabra). Esta vez estaba preparada y cuando el viejo
quiso lanzar sus polvos ya sus manos membranosas lo habían sujetado con
firmeza. Ella era mucho más fuerte y cayó sobre él apoyandose en cuclillas, con
los pies de anfibio sobre el pecho viscoso del anciano.
Pensó con amarga ironía que su
pubis desnudo estaba justo donde el viejo hubiera querido pero no se le veía
nada contento. Todas sus extremidades estaban ocupadas pero no le hacían falta
porque su lengua actuó antes de que lo pensara siquiera y se lanzó al rostro
del viejo cubriéndolo como una ventosa gigantesca. Después de unos minutos el anciano sapo murió asfixiado.
Recorrió la estancia con
tranquilidad hasta hallar sus pantalones. Mientras se los ponía notó que sus
piernas iban adquiriendo un color normal. Sus pies y manos ya no tenían
membranas.
Atravesó por última vez las aguas
infectas sin ver el largo cordón gelatinoso lleno de huevos enormes.
Menuda historia. Me ha dado un poquillo de asco. Me ha parecido muy original. Y el final abierto augura una segunda parte. Un abrazo.
ResponderEliminarJajaja gracias por compartirlo y hasta por el asquillo.
EliminarTus propuestas son siempre interesantes, Jhon, y esta no ha sido para menos. Has despertado muchas emociones, no todas positivas, pero que la originalidad y frescura de la escritura has sabido voltear.
ResponderEliminarUn abrazo
Un abrazo Mari. Gracias por dejar que despierte emociones.
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