lunes, 18 de mayo de 2015

El viejo sapo

Sara despertó confundida y sus ojos enfocaron incrédulos un cielo estrellado. Sentía que estaba tumbada en el agua pero no tenía frío.
Levantó un poco la cabeza y se observó. Llevaba la misma blusa negra que recordaba haberse puesto en la mañana pero esos extraños pantalones azul verdoso no le eran familiares.
-Mierda, es mi piel- Estaba desnuda de cintura para abajo y su piel tenía un color extraño. Sus pies quedaban ocultos por el agua negra recubierta de una espuma sucia. Levantó una mano y la observó horrorizada y fascinada a la vez. Una membrana unía sus dedos que estaban teñidos del mismo tono alienígena.
Sacó sus pies del agua y confirmó que también tenían la misma membrana. Era como si llevara aletas de buceo.
-Parezco un sapo- En cuanto tuvo ese pensamiento sus recuerdos se activaron como si “sapo” fuera un interruptor.
Su jefe siempre le había producido asco con sus ojos saltones y su cuerpo rechoncho y verrugoso: El viejo sapo.
La paga era buena y no había mucho qué hacer en esa destartalada tienda de artículos esotéricos pero el viejo no paraba de mirarla de forma lasciva. Unos meses más hasta terminar la universidad y se largaría de ahí.
Lo último que lograba recordar era al viejo intentando besarla. La tienda cerrada, una excusa barata y ella había quedado atrapada con aquel anciano.
-¡Suélteme viejo asqueroso! Preferiría besar un sapo antes que a usted… uno real, quiero decir- se corrigió burlona.
-Eso puede arreglarse- contestó el viejo sonriendo con su boca enorme y desdentada.
Un movimiento rápido de sus dedos largos y unos polvos chocaron contra el rostro de Sara dejándola ciega y confundida.
Cuando despertó estaba desnuda  y el viejo intentaba quitarse los pantalones… o ponérselos (¡Dios, que se los esté quitando!). Le dio una patada y se levantó veloz. Se puso la blusa y miró a su alrededor buscando sus propios pantalones.
-Sucio vejestorio infeliz- Lo abofeteó con fuerza y corrió sin importarle ya dónde estaba el resto de su atuendo.
-¡Volverás muchacha, volverás suplicando a este viejo sapo!
No era una casa como tal. Era una especie de cueva de piedra aunque provista de electricidad y televisión por lo que pudo observar. No vio un teléfono.
Descendió por un túnel hasta llegar al agua negra y poco profunda. La misma en la que se encontraba ahora; esa asquerosa agua cubierta de espuma que parecía algún tipo de desecho industrial.
Corrió hasta que el cansancio la derrumbó y se quedó dormida en una orilla. Entonces despertó con la piel de aquel color enfermizo y membranas en pies y manos.
Tenía que volver donde aquel maldito viejo para saber qué le había ocurrido. Empezó a desandar lo recorrido consolándose en el hecho de que aún tenía cabello. Se cubría tímidamente su sexo con una mano avanzando casi a tientas por el hediondo pantano o lo que fuera aquello.
Era fácil encontrar el lugar porque una luz salía del túnel ascendente. A medida que avanzaba se hacía cada vez más cegadora, como si hubiera muerto y recorriera el estereotipado camino al más allá. Pero al final del túnel no le esperaban sus seres queridos, le esperaba el horror.
Al llegar arriba vio que la luz era una trampa eléctrica para insectos. La bandeja estaba llena de ellos y al verlos sintió asco y hambre a la vez. El viejo leía un libro mohoso.
-Te dije que volverías muchacha tonta. Seguro que ya no te parezco tan repugnante.
El viejo tenía el mismo color azul verdoso en su piel y las mismas membranas. De algún modo Sara supo que ese era su verdadero aspecto.
-¿Qué me hizo maldito viejo?- Le sorprendió escuchar esa voz de lija tan extraña y profunda y estuvo a punto de girarse para ver si alguien más había dicho lo que ella sólo había pensado.
-Estarás así durante un año. Me servirás, me cuidarás y serás mi mujer a todos los efectos. Si obedeces te devolveré tu aspecto.
-¿Y si no lo hago?
-Seguirás así idiota. No volverás a ser la misma mientras yo viva.
En la mirada del viejo Sara pudo ver que se arrepintió de las últimas palabras casi al mismo tiempo que las dijo.
-Eso puede arreglarse- Le devolvió la frase que él había usado y saltó con sus poderosas ancas desnudas (ancas, no había otra palabra). Esta vez estaba preparada y cuando el viejo quiso lanzar sus polvos ya sus manos membranosas lo habían sujetado con firmeza. Ella era mucho más fuerte y cayó sobre él apoyandose en cuclillas, con los pies de anfibio sobre el pecho viscoso del anciano.
Pensó con amarga ironía que su pubis desnudo estaba justo donde el viejo hubiera querido pero no se le veía nada contento. Todas sus extremidades estaban ocupadas pero no le hacían falta porque su lengua actuó antes de que lo pensara siquiera y se lanzó al rostro del viejo cubriéndolo como una ventosa gigantesca. Después de unos minutos el anciano sapo murió asfixiado.
Recorrió la estancia con tranquilidad hasta hallar sus pantalones. Mientras se los ponía notó que sus piernas iban adquiriendo un color normal. Sus pies y manos ya no tenían membranas.

Atravesó por última vez las aguas infectas sin ver el largo cordón gelatinoso lleno de huevos enormes.


martes, 12 de mayo de 2015

Regalo de amor

Nos amábamos tanto y nos conocíamos tan bien que de mutuo acuerdo aunque sin decirnos nada, decidimos darnos el uno al otro el mejor regalo que podíamos.
Nos dimos media vuelta y jamás nos buscamos.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Mi reflejo en sus ojos

Llevo tres noches seguidas entrando a su habitación para observarla.
Soy consciente de que cada día paso más tiempo ahí; hechizado, perdido, condenado.
Su belleza no me deja sentir el hambre de tres noches sin cazar. Su hermoso cuello se asoma altivo y perfecto como burlándose de mi incapacidad para morderla.
Cuatrocientos años sin verme en un espejo y sin embargo hasta ahora no había echado en falta mi reflejo...  hasta hace tres noches.
No me atrevo a despertarla. No quiero que se horrorice ante la visión de mi carne muerta pero deseo deleitarme en esos ojos que imagino verdes y descubrir si un vampiro puede reflejarse en la mirada de la mujer que ama.
En un arrebato acerco mi mano a su cabello pero me detiene un intenso dolor.
No se cuánto llevo ya en la habitación pero los primeros rayos del sol empiezan a apoderarse de la estancia.
A medida que avanza el tiempo la claridad penetra más y más hasta que me veo acorralado en un pequeño rincón. Decido acabar de una vez con cuatrocientos años de sangre y soledad saltando a la luz frente a ella.
Mientras mi cuerpo es devorado por el sol, las campanas de una iglesia cercana repican despertando a mi bella durmiente que observa con más asombro que miedo cómo desaparezco.
Lo último que veo antes de dejar este mundo es el reflejo de mi rostro en sus ojos verdes.

martes, 5 de mayo de 2015

El caníbal y el descabezado

Por aquella época no había redes sociales y en el barrio ningún niño podía permitirse una computadora o una Nintendo así que pasaban el tiempo jugando fútbol y corriendo por el destartalado y enmontado parque del descabezado. 
En realidad ese no era su nombre pero alguien se llevó la placa de bronce de la estatua (Que ya había perdido la cabeza mucho antes) por lo que ningún niño sabía a quién representaba. Un día Jaime y Luis incluso llegaron a los golpes cuando el uno llamó idiota al otro por decir que era una estatua de la virgen pero con pantalones.
Eran tiempos de yoyo, trompo y cometas. Tiempos felices en general, y a pesar de la pobreza, un buen lugar para ser niño. 
Cuando dejó de soplar el viento de agosto se pusieron de moda las hondas. En realidad era un nombre incorrecto pero así se les conocía en esta región. Nada de resortera, cauchera o tirachinas como dirían los más internacionales. En ese entonces todos las llamaban hondas.
Los niños más habilidosos las hacían ellos mismos con madera y mangueras de las que se usaban para inyectarle suero a los enfermos; los más torpes recurrían a sus padres, pero todos tenían una y la habilidad para darle al objetivo determinaba su posición dentro del grupo.
Aquella mañana de domingo seis de los más traviesos y  mugrosos niños del barrio jugaban a golpear  latas desde unos diez metros, con más fallos que aciertos; cuando apareció el caníbal llevando una sniper 2000.
Andrés “Caníbal” Fernández tenía unos once años igual que  los demás pero un padre alcohólico, una madre prostituta y un tamaño propio de un quinceañero lo habían convertido en una amistad prohibida para cualquier otro niño de la zona. Niños que de todas maneras nunca habían mostrado interés en confraternizar con alguien que había destrozado a palos a tres chicos mucho más grandes que intentaron quitarle la merienda.
Bueno, no intentaron acercarse hasta que le vieron la sniper 2000.
Una sniper 2000 era el sueño de todo aficionado a lanzar piedras. Hecha en materiales diseñados por la nasa según la publicidad de los cómics, era perfectamente ergonómica, llevaba una culata ajustable que reposaba en tu antebrazo dando estabilidad al disparo y lanzaba piedras  a una velocidad y con una fuerza capaces de atravesar el metal (Bueno, eso también según la publicidad).
Cómo a un padre alcohólico y una madre prostituta se les ocurrió comprarle algo tan caro y peligroso a un niño apodado caníbal era todo un misterio.

Los niños enmudecidos observaban cómo el caníbal colocaba botellas sobre una banca y se acercaba a ellos contando los pasos. Cuando estaba a unos veinte metros decidió que era suficiente y montó su sniper con una piedra negra que sacó de su bolsillo. David, el más osado del grupo, dijo con voz temblorosa: 

      -Imposible, nadie le da a esa distancia.

El caníbal sorprendido de que alguien le hablara los miró con ojos enormes durante un segundo y luego fingiendo indiferencia replicó:

-         - Ayer lo hice varias veces.

Debieron tomar el hecho de que el caníbal no los asesinara como un permiso para acercarse porque tímidamente lo fueron rodeando para admirar mejor aquel portento de la tecnología espacial. La legendaria sniper 2000 en vivo y en directo.
Aunque fastidiado porque no lo dejaban disparar, el caníbal contestó a todas sus preguntas, tal vez por primera vez sintiendo que era un niño del barrio. Sin embargo su voz ronca y sus brazos enormes impedían que alguien se atreviera a pedirle permiso de tocar aquella cosa.
Un pájaro solitario de esos que llamaban tierrelitas se posó en lo que quedaba del cuello de la estatua, a unos diez metros de ellos.

-         - ¡Una  tierrela!  - Gritó David y rápidamente lanzó una piedra con su honda de madera pero pasó lejos del pájaro que no pareció percatarse de nada.
Todos los niños empezaron a lanzar piedras hacia la estatua y el pájaro totalmente ajeno al peligro movía su cabeza distraídamente. La lluvia de piedras cada vez pasaba más cerca del ave pero era también cada vez menos tupida. Los brazos se cansaban y aquel pajarraco parecía haber hecho un pacto con el diablo.
David agarró la última piedra que le quedaba y se acercó a unos cinco metros.
Estaba punto de disparar cuando la voz  del caníbal lo detuvo:

-          -Yo lo haré.

Se alejó un poco más quedando a unos doce metros de la estatua, colocó en posición la piedra negra que no había podido usar aun y estiró el brazo.  Apuntó cuidadosamente y cuando disparó todos escucharon el gemido del aire.
La piedra golpeó en el cuello de la estatua a pocos milímetros de las patas del ave que esta vez sí salió piando lejos de ahí. Había sido el que más cerca estuvo de darle, pero había fallado.
Los niños empezaron a reír con ganas y a rechiflar el fallo de la sniper 2000. Andrés los miró frunciendo el ceño y torciendo la boca en una mueca que les recordó a aquellos inconscientes que ese del que se estaban burlando era el caníbal Fernández.  David comentó de repente que su madre había hecho jugo de piña y todos corrieron apresuradamente en lo que si no era una huida se parecía mucho. 
El caníbal los observaba rabioso por las burlas y aun alcanzó a escuchar como alguno hacía comentarios sobre las pretensiones de darle a botellas a veinte metros cuando no había podido pegarle a un pájaro que estaba más cerca.
Los siguió observando, enfurecido por haber hecho el ridículo ante ellos, hasta que los perdió de vista. Entonces sacó algunas piedras del bolsillo y casi sin mirar destrozó en fracciones de segundos todas las botellas  que había colocado y que se encontraban a más de los veinte metros originales.
Se disponía a acercarse a la banca para colocar más botellas cuando el pájaro marrón volvió a posarse sobre el cuello del descabezado. Andrés agarró una piedra y le habló al pájaro.

-          -Por tu culpa quedé como un idiota.

Apuntó con cuidado y disparó. La piedra pegó nuevamente en el cuello de la estatua y el pájaro huyó una vez más.
El caníbal miró el suelo a su alrededor en busca de piedras aptas para su sniper 2000, recogió algunas con aires de entendido y cuando levantó la mirada el pájaro estaba nuevamente  en lo alto de la destartalada escultura.

-         - Pájaro imbécil. No debiste volver.

Nuevamente apuntó y nuevamente pegó en el cuello del descabezado. El pájaro voló hasta la copa de un árbol, fuera del alcance de cualquiera.

-          -Quédate allá tonto. No podré cuidarte todo el tiempo.

Recogió unas pocas piedras más y decidió regresar a su casa. Le dirigió una última mirada triste a los árboles y a la estatua.

-          -Acabarán matándolo, seguro.