Sus ojos me tenían cautivado. Admito que al principio me molestaba que fueran más de dos, pero eran de un azul tan hermoso que un día me
olvidé de contarlos.
Con su pecho me ocurría algo distinto, me parecía un descuido por parte de la naturaleza no haber armado a las mujeres terrícolas con el mismo arsenal. No pueden imaginar lo divertidos que resultan tres senos a la hora del amor.
Ambos sabíamos que no acabaría bien. Pronto finalizaría esa misión que la
retenía temporalmente en la Tierra y de la que nunca me contó ni un solo
detalle.
Ella no podía quedarse aquí. No podía respirar nuestro aire más de seis
horas sin empezar a sentirse mal. Yo no podía ir a su planeta. Con mis escasos
dos ojos sería poco más que un monstruo de feria entre ellos y su aire sería tan
maligno para mí como para ella el mío.
Todas las noches, después de hacer el amor, barajábamos miles de
posibilidades para seguir juntos pero ningún plan soportaba una revisión
minuciosa de los detalles.
Finalmente un día se marchó sin decir nada. Se despidió de la misma forma que
lo hacía siempre, sin embargo tuve la certeza de que no la volvería a ver.
Puede ser que al alejarse las luces de su nave brillasen de un modo más triste o a lo mejor era que las huellas de su tren de aterrizaje en mi jardín me
parecían la marca labial de un beso de adiós.
Me quedé de pie bajo las estrellas, preguntándome si su misión en la Tierra era
investigar cuántas noches necesitaba una alienígena para romper un corazón
humano.
Me acuerdo perfectamente de este cuento. Me gustó entonces y me pasa lo mismo ahora. Tiene tu impronta sexy y naif.
ResponderEliminarGracias Ro. Estaba buscando a mi Roberto drag queen pero encontré esto.
ResponderEliminarA "Roberta Glamour" tendré que escribirla de nuevo. Menos mal que creo recordar bastante bien la cosa.