viernes, 26 de diciembre de 2014

Pepito grillo



Supongo que lo que me impide llamarte y pedir perdón es ese estúpido Pepito grillo interior susurrándome que probablemente volveré a meter la pata.
Una impertinente vocecita con excelente memoria que recita con detalle mis errores anteriores. 
Ese maldito entrometido que lleva la cuenta de todas las veces que pedí una última oportunidad.
El infeliz tasador que ha valorado mis arrepentimientos a un precio menor que el de la mierda.
Ojalá ese imbécil dejara de decirme que estás mejor sin mí. 


martes, 23 de diciembre de 2014

Ritual de iniciación

Carlos llamó a Roberto por teléfono y le dio la gran noticia: Fueron admitidos. Habían sido rechazados cuando pidieron ingresar en la logia de su ciudad, pero Carlos había encontrado por internet una logia masónica que tenía su sede en un lugar a pocos kilómetros.
Sólo tuvo que pagar la inscripción con su paypal y le dieron fecha para que se presentaran al ritual iniciático. 
Esperaban algo más grande y majestuoso pero encontraron un edificio destartalado de cuatro plantas. La primera planta tenía una cartulina pegada en la puerta: NINFÓMANAS ANÓNIMAS. Ante semejante anuncio era imposible no curiosear así que se asomaron con cuidado. Sólo había dos ancianas que se comían con los ojos a un joven pastor que sermoneaba ajeno a todo. 
Desde luego no había sido tan emocionante como supusieron.
Siguieron subiendo escaleras y tropezando cada pocos pasos con latas de cerveza vacías hasta llegar al tercero. Ahí era donde se convertirían por fin en masones.
Tocaron el timbre y un cincuentón barbudo y claramente borracho les abrió la puerta. Se identificaron y los dejó pasar.
Eran unos 15 individuos, entre los veinte y los sesenta años, todos con túnicas y todos ebrios. Carlos observó que había dos oficinas pequeñas. En una esperaba un grupo de mujeres y en la otra dos tipos asustados con túnicas blancas que contrastaban con las negras del resto de masones. Sabían que las mujeres ya participaban activamente en la masonería moderna, pero habían notado que éstas llevaban la misma camiseta que las ancianas de "Ninfómanas anónimas". Dos borrachos empezaron a pelearse junto a ellos y por lo que entendieron el motivo de la discusión era la más atractiva de las mujeres. En realidad físicamente ninguna era gran cosa a juicio de Roberto.
Un tipo que se identificó como gran Maestre los saludó efusivo y les invitó a pasar a la oficina de las túnicas blancas y ponerse unas. En veinte minutos daría comienzo la ceremonia.
Se vistieron apresuradamente y escucharon con estupor a los otros novicios preguntarles si se habían depilado. 
El gran Maestre entró y les dijo que si ya estaban listos empezarían inmediatamente la ceremonia porque las señoras amenazaban con no dejar piedra sobre piedra si no comenzaban ya.

Los novicios salieron con paso lento y las damas como una jauría desbocada. El barbudo de la entrada dejó ingresar a otro puñado de mujeres con aspecto de ser prostitutas de las que Carlos llamaría "gama baja".
Los ya iniciados buscaron acomodo entre las mujeres y el gran Maestre empezó un discurso sobre la sagrada labor de su logia pero fue interrumpido groseramente y se limitó a pedir voluntarias para el rito. Un par de mujeres se adelantaron e invitaron a los que llevaban túnicas blancas a acercarse. Se despojaron de la ropa, agarraron cintas métricas y se pusieron de rodillas frente a los  otros dos novicios quienes se habían colocado de primeros. Alguien comentó que era el momento de ver cómo andaban de mazo y las ninfómanas anónimas salivaron de forma pavloviana.
En ese momento Roberto comprendió que era lo que estaba mal en todo eso. Le dio un codazo a Carlos quien miró el altorrelieve que coronaba una de las paredes. Empezaron a retroceder pidiendo disculpas a los borrachos y en cuanto llegaron a la puerta corrieron sin recuperar sus prendas de vestir.

Por error se habían inscrito en la logia de los MAZONES.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Querido Santa

Querido Santa. 
Ya sé que aparte de ateo y pervertido soy egoísta y envidioso; lo que tengo entendido, no da para ponerse exigente a la hora de pedir regalos.
De todos modos, siguiendo mi versión navideña de la apuesta de Pascal, te envío mi humilde lista de deseos confiando en que no sea mucha molestia complacerme:
* Un Lamborghini amarillo.
* Scarlett Johansson.
* Una computadora nueva. Sí, ya sé que tengo dos, pero una que sea mejor que la de cualquiera que yo conozca sería de agradecer.
* Scarlett Johansson.
* Una mansión. Algo en plan Bill Gates, no hay que exagerar.
* Scarlett Johansson.
* ¿Ya mencioné a Scarlett?

Bueno, una última cosita. No quiero que pienses que soy tan ruin y mezquino como para pedir sólo cosas para mí, así que voy a pedirte algo para una persona muy especial:
Permite que el próximo año la pobre Scarlett Johansson encuentre la felicidad junto a mí. Ella se lo merece.

Jhon.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

El amor en los tiempos de Google

Todo empezó realmente bien. Ella se reía  con ganas y le llegó a preguntar de dónde sacaba esas ocurrencias, pero él nunca le confesó que eran cosas leídas en Taringa.
Eran como almas gemelas. Ella estaba sorprendida de lo mucho que tenían en común sin saber que él había estudiado concienzudamente su perfil de Facebook.
Para enriquecer su charla él se había documentado a fondo de todo lo considerado trending topic en Twitter y estaba logrando impresionarla.
Ella se había puesto en el cabello la rosa blanca que él le había regalado y a la que había considerado una señal de que era el adecuado. En realidad las rosas blancas eran un tema recurrente en su Pinterest y él lo sabía.
Caminaron de la mano por la plaza mayor y él le narró fascinantes eventos ocurridos en ese lugar, tal como los había leído en Wikipedia. Ella lo miraba embelesada y se apretaba con fuerza a su brazo.
En algún momento ella comentó que tenía un poco de hambre y sugirió pizza, pero él tenía un plan mejor: Irían a su casa y cocinaría para ella.
Llegaron a casa y él sacó los cacharros sin estrenar que había comprado por eBay. Preparó algo sencillo pero sofisticado que había buscado en Google, consultando cada paso en su teléfono.
Ella insistió en lavar los platos y él consideró que la cocina era el lugar adecuado para besarla, tal como vio en aquella película romántica que se descargó la noche anterior por torrent buscando inspiración.
Se acercó nervioso pero seguro y logró compensar su inexperiencia con los tutoriales de youtube.
Ella estaba fascinada. Convencida de haber encontrado a ese príncipe azul que ya empezaba a sospechar que no existía.

Fue la velada perfecta hasta que él intentó hacerle el amor como aprendió viendo videos en pornhub. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

Hola Mario

Hola Mario.

Ya sé que es un saludo muy frío para alguien que fue tu mejor amigo durante años pero la vergüenza me impide tratarte con más familiaridad.
Seguramente pensarás, con toda la razón, que hay que tener mucha cara para hablar de amistad después de lo que pasó aunque haya transcurrido tanto tiempo.
Creo que te mereces esa explicación que no te di y que no pediste.
En aquella época teníamos ambos unos veinte si no estoy mal y tú ya empezabas a explorar lo que llamabas “los caminos del señor” mientras que yo tiraba piedras por la causa, escuchaba metal, jugaba videojuegos y  la metía hasta en un toma corriente si podía.
Cuando me presentaste a Raquel fue distinto. Tuve una especie de revelación como si todo lo bueno y lo malo que había hecho en mi vida sólo hubiera sido el camino señalado para llegar a ella. Era todo lo que podía buscar en una mujer: Inteligente, dulce, divertida, culta; rápida e ingeniosa en la respuesta cuando yo soltaba una burrada… y hermosa. Hermosa hasta que me dolían los ojos de mirarla. Que putada que precisamente se tratara de la novia de mi querido Mario.
No seré tan descarado como para decir que fue tu culpa, pero debiste entender que yo estaba loco por ella. Todos parecían darse cuenta menos tú (Y todos me advertían o amenazaban para que no la cagara porque nunca te habían visto tan feliz). Siempre maldeciré el momento en que se te ocurrió que yo era la persona adecuada para ayudarla con sus problemas con la contabilidad.
Ahí estaba ella cada día, escotada y fragante, mirándome y sonriendo. Matándome en definitiva. Yo temblaba como un flan cada vez que su mano rozaba la mía y tuve que salirme del salón solitario (¿Por qué nadie usaba esa zona por las tardes?), y correr al balcón a tomar aire,  cuando me besó la mejilla porque el balance le había dado sumas iguales. Ya me había besado de ese modo inocente muchas veces, pero esa vez no sé por qué la cosa fue diferente.
No sé si lo recuerdas, pero intenté que las lecciones se las empezara a dar Berta. Raquel no quiso y a mí no se me ocurrió una buena excusa para dejar de darle clases, tal vez porque en realidad no quería dejar de hacerlo.
Seguí asistiendo cada día a mi tortura, repitiendo mentalmente el mantra sagrado: Es la novia de Mario, es la novia de Mario, es la novia de Mario…
A veces mientras le explicaba algo, miraba de reojo y  me daba cuenta que Raquel no estaba mirando al cuaderno. Me miraba a mí y yo trataba de convencerme de que simplemente había algo chistoso en mi rostro concentrado. ¿Qué más podía ser si de nosotros tú eras el más guapo y siempre ibas bien vestido? Yo llevaba mis camisetas negras y aquella mochila de indio colgada al hombro mientras que tú, inmaculadamente planchadito guardabas todo siempre en un impecable maletín de piel. Hasta mis compañeros de clases miraban mis viejas “Converse” y mi chivera (infaltable en todo revolucionario de la época) y me preguntaban si era así como pretendía encontrar empleo de contador público algún día.
Así, poco a poco mi infierno personal (Y no intentó dármelas de víctima) se construyó ladrillo a ladrillo y cada clase particular de contabilidad llevaba nuestra antigua amistad a prueba de balas directo al abismo.
Aquella  fatídica tarde, ya casi noche, ella estaba luchando con no sé qué tema y de acuerdo a su costumbre, leía susurrando cada palabra. Yo la miraba totalmente imbecilizado (¿Existe esa palabra?) y algo en mi mente se tomaba cada movimiento de sus labios como una invitación.
De pronto, perdí totalmente mi escaso control y sin pensar en nuestra amistad o en su posible reacción, le agarré el rostro con ambas manos y la besé.
La besé furioso de que no fuera mi novia. La besé sabiendo que me partiría la cara y luego iría a decirte que me la partieras tú. La besé y en ese momento no me importó nuestra amistad, no me importó que Raquel también era mi amiga, no me importó que yo estaba saliendo con Berta, no me importó ninguna maldita cosa en este mundo, compadrito.
Entonces me di cuenta que ella me correspondía el beso. Ella acariciaba mi cabello casi al rape y entre beso y beso susurraba “ya era hora”. La abracé y acaricié su rostro mirándola como preguntando “¿Ahora qué mierda hacemos?”
En ese momento oí tú voz.
No sentí la puerta del salón, sólo escuché tu voz rota, tu voz desgarrada de dolor. Me hubiera gustado que me rompieras el alma a patadas pero tú no eras de esos, siempre fuiste el mejor de los dos. Con esa voz triste que nunca podré olvidar, dijiste sólo tres palabras que quedaron grabadas a fuego. Tres palabras que demostraban cuánto daño te había hecho esa persona que había sido tan importante en tu vida:
-Tú no, Jhon…
Saliste del salón y yo quise ir detrás tuyo pero Raquel me detuvo. “Déjalo, es mejor así” me dijo. No pudimos besarnos más, ni hablar de lo ocurrido o de lo que iba a ocurrir ahora, mucho menos pudimos seguir estudiando. Nos quedamos en silencio, sin mirarnos, a dos metros de distancia y separados por un muro de hielo invisible.
No volví a acercarme ni a ella ni a ti. Dos semanas después ella salía con aquel flaco de derecho (No recuerdo el nombre). Mucha gente preguntó por qué ya nunca nos veían juntos y creo que ninguno de los tres contó jamás la verdad.
No sé si es cierto, pero años después alguien me dijo que te habías casado con Berta y que tenían una niña hermosa. Me alegro mucho por los dos.
No había pensado en todo esto durante años. Hasta hoy que te vi entrando en esa bonita casa azul y escribí esta carta que nunca tendré cojones de meter por debajo de la puerta.

Tu amigo, bueno, examigo.


Jhon

martes, 9 de diciembre de 2014

El bar Zorbleck

Nadie parecía saber quién era el tal Zorbleck. Sólo sabíamos que el bar recibía su nombre en honor al tipo cuya deteriorada holografía nos miraba ceñuda detrás de la barra.
Traté de preguntárselo una vez a Mike, el cantinero, pero me lanzó una mirada de desprecio y siguió intentando quitar una mancha imposible con un trapo que estaba más sucio que la copa.
Una de las cuatro manos de Mike acariciaba la culata de su vieja pistola mientras observaba a una pareja de borrachos que discutía si hubo chanchullos en las decisiones arbitrales del último juego.
Finalmente se fueron con su alboroto a otro lado y Mike pareció casi decepcionado cuando soltó el arma.
El terrícola llegó temprano, poco antes de medianoche, pero ya estaba ebrio.
-¡No tenía una idea tan mala desde la vez que me tiré a aquella puta de Tezmann 67!- Anunció a grito pelado.
-¿Qué has hecho ahora Pete?- Pregunté mientras mi visión alcoholizada intentaba enfocarle correctamente.
-¡Me he tirado dos putas de Tezmann 67!
Todos los demás parroquianos estaban inconscientes o demasiado concentrados en el fondo de sus vasos, así que mi carcajada ruidosa retumbó groseramente y durante una fracción de segundo pensé que Mike me dispararía.
Pete era conocido por dos cosas en todo el pequeño satélite: Por sus borracheras y por ser terrícola (Aunque eso creo que ya lo mencioné).
Humanos habíamos muchos en este moridero, pero nacido en la tierra, sólo Pete.
Pete antes, si creemos las historias que solía narrarnos cuando recién llegó, tenía esposa e hijos en la tierra. Un día su mujer se largó llevándose a los niños y sin darle más explicaciones. La nota no podía decir menos: “Me largo”.
-Que se había largado ya lo había notado. Pudo mejor haber dejado una nota qué dijera por qué.
Sin poderlos ubicar (Y sospecho que tampoco lo intentó mucho), Pete se enroló en una nave de explotación minera. De ahí saltó a varios empleos en distintos planetas hasta que un día se colocó en suspensión y se auto envió en un carguero al agujero de gusano más cercano.
Sesenta años después despertó no muy lejos de este sucio satélite con una sed de los mil demonios que no se le ha curado nunca.
-He visto tantas maravillas en este universo, muchacho. Las extrañaré cuando mis ojos no vuelvan a percibir la luz- Comentó con voz triste.
-¿Por qué no vas a percibir la luz, Pete?- Pregunté sinceramente preocupado.
-Porque las mierdas que nos vende Mike nos dejarán ciegos jajaja- Esta vez sí estuve seguro de que Mikrenjemdatz (O algo así, Mike para los amigos humanos) nos llenaría el culo de lo que sea que dispare esa vieja pistola, pero su carcajada fue aún más fuerte que la de Pete.
-¿Quieren probar algo realmente bueno, imbéciles?- Preguntó Mike dándome un manotón. Nos apresuramos a contestar que sí para no tentar más la suerte.
Con una leve cojera, Mike se largó a la cocina y tras unos breves instantes de metales chocando empezó a invadir la barra el olor más delicioso que haya sentido nunca.
Yo trataba de ubicar en mis recuerdos el olor pero sin resultado. Pete salivaba ansioso, diciendo una y otra vez:
-¿Es posible?
Mike regresó con cervezas, tres platos de puré y carné asada con olor a gloria. La probé y tuve como veinticinco orgasmos en el paladar. Pete masticaba con los ojos cerrados.
-¿Saben qué están comiendo, patanes?
Yo contesté que no y Pete contestó con una palabra que me sonaba haber oído alguna vez:
-Oveja.
Mike indignado refunfuñó:
-¿Oveja? Es carne de blasmer. He comprado unas cuantas para criarlas y vender su carne a los restaurantes finolis. Nadie más las cría en este sistema y seguro que me haré de oro. Claro que aquí en el bar no sacaré nada, me han dejado claro que no están hechas para el gusto de cavernícolas como ustedes.
-¿Qué diablos es una blasmer?- Pregunté. Mike me arrojó una ficha holográfica que empezó a proyectar sobre la barra un animal cuadrúpedo con la cara negra que parecía estar recubierto de algo esponjoso.
-Lo sabía- Gritó triunfal Pete –Puedes llamarlas como quieras, pero siguen siendo putas ovejas terrícolas.
-Ignorante. Las blasmer son nativas de Centri 8. No digo que no puedan parecerse a tus tales ovejas, eso no lo sé. Pero no son lo mismo.
Siguieron discutiendo un rato si eran o no ovejas hasta que Mike se largó a la cocina con los platos sucios. Ahora Pete tenía una extraña sonrisa en la cara y la mirada perdida del que sueña despierto o recuerda algo hermoso.
-¿En qué piensas Pete?
-En las ovejas.
-Bueno, estaban muy ricas.
-No lo sabes bien.
-Acabo de probarlas amigo.
-No como yo.
Le serví otra copa para aflojarle la lengua pero empezó a hablar sin tomársela.
-Pasé mi adolescencia en una granja. En varios kilómetros a la redonda no había ninguna mujer con la que no me uniera un parentesco en primer grado. Claro que lo que me impedía tirarme a mi madre era más su feo bigote que la consanguineidad, pero tampoco parecía que ella o su hermana gemela, la tía Helga, estuvieran dispuestas a colaborarme con mi problema.
-¿Cómo le hacías?
-Ovejas- Contestó suspirando.
-¿Ovejas?
-Ovejas. Ahora con tu permiso, voy a visitarlas. Ni una palabra a Mike.
-¿No acababas de tirarte dos putas?
-Sí. Pero eran de Tezmann 67- Tal vez a otro eso le hubiera aclarado algo.
Pete salió del bar y no hice nada por impedirlo.
Poco después regresó Mike y nos pusimos a hablar de deportes mientras bebíamos esa fuerte poción que hacía él con las plantas del pantano cercano.
Estaba a punto de perder el conocimiento cuando un grito invadió la noche. Parecía venir de algún lugar tras el bar, no muy lejos pero tampoco muy cerca.
-¿Qué mierdas habrá sido eso?- Preguntó Mike.

-Tal vez sea Pete- Dije riendo con la incontinencia verbal que me produce el licor de pantano. Le conté todo a Mike sobre la adolescencia de Pete y lo que probablemente le estaría haciendo ahora mismo a sus ovejas.
-En ese caso, es probable que ese grito haya sido Pete- Me dijo Mike con indiferencia y empezó a frotar otra vez una copa que creo, era la misma de siempre, que seguía inmunda –Pobre diablo.
-¿Qué quieres decir, Mike?- Le pregunté sorprendido de que no pareciera enfadado.

-Las blasmer son carnívoras y unas cabronas muy peligrosas. Por eso nadie quiere criarlas.

lunes, 8 de diciembre de 2014

La bella durmiente

Ahí estaba, profundamente dormida  junto a mí. Insensible al traqueteo desproporcionado de un bus nuevo en una calle bien asfaltada. La miré de reojo como si intentara curiosear algo en el pasillo. Decidí que era lo más hermoso que había visto en años y saqué mi smartphone para distraerme, tratando de fingir que ella no existía 
Cada pocos segundos mi cuello, sobre el que yo no tenía ya control alguno, se giraba y posicionaba para que mis ojos cumplieran la orden que yo no me atrevía a darles.  Su reloj dorado estaba adelantado al mío y concluí,  por sentir que sabía algo sobre ella, que lo adelantaba para llegar puntual.  
Me fijé sin disimulo en sus largas pestañas pero no logré sacarles información alguna.  
Observé sus manos finas, de cuidada manicura, y pensé en el elevado amperaje que achicharraría mi cuerpo si me tocaran.   
La mañana estaba fresca pero yo me aflojaba la corbata entre sudores nerviosos. Mi pulgar se movía frenético y comprendí que estaba escribiendo en el teléfono todos los desvaríos enamorados que tal vez ahora alguien esté leyendo.  
Su cabeza se inclinó hasta terminar apoyada en mi hombro y ya no supe qué hacer. Su cabello rozaba la boca entreabierta y pensé en acomodar el mechón intruso, pero no hubo huevos.  
Mi corazón latía a un ritmo infernal. ¡Cálmate imbécil! Le ordené. Mi temperatura y mi respiración se habían disparado a unos niveles que no podían ser sanos. Metí la mano en mi bolsillo sin decidirme a tomar la medicación.  
Bájate del bus antes que ocurra una tragedia, me dije. Movió una mano hasta acomodarla sobre mi pierna. Los labios cerca de mi cuello, la respiración plácida y tibia. ¡Mierda, qué hago!  
¿Y si la beso? Tal vez está despierta y esconde tras su disfraz de bella durmiente, el anhelo de que por fin tome la iniciativa. Empecé a acomodarme cuidadosamente; nadie en el bus atestado se había fijado en lo que ocurría entre ella y yo. Vistos desde su óptica seguramente se trataba de una chica hermosa reposando en el hombro de su amado.  
El bus frenó bruscamente y ella sin abrir los ojos quitó la mano de mi regazo y giró la cabeza hacia el pasillo. Maldije mi suerte y contuve con esfuerzo mi enfado con ese conductor idiota que había dañado mi oportunidad o que tal vez me había salvado de meterme en un lío.  
Un pasajero parado a pocos centímetros de ella la observaba con marcado interés así que lancé lo que  pretendía que fuera un carraspeo pero sonó como un rugido. Igual que hice yo antes sacó su teléfono y trató de quitar los ojos de la que ahora suponía mi novia.  
No podía ver su rostro, pero su cuello era tan hipnótico como el resto de ella. Su pecho permanecía oculto tras lo que parecía el uniforme de algo relacionado con el sector salud; una enfermera, posiblemente. Se adivinaba voluptuoso y el no ver pero intuir alimentaba más mi deseo.  
Nuevamente movió la mano hasta dejarla a pocos centímetros de la mía. Mi mano inició un movimiento lento, milímetro a milímetro buscando disminuir la distancia. Me pareció que transcurrieron siglos pero estaba a punto de lograrlo: Nuestro primer contacto piel con piel, sin estorbosas telas oponiéndose.  
Entonces abrió los ojos.  
Eran de un hermoso color miel, casi de oro. Como si llevara algún tipo de GPS mental miró satisfecha por la ventana y se dijo "justo a tiempo". Debía faltarle poco para llegar a su destino, pero lo suficiente como para permitirse acomodar con calma el contenido de su bolso, arreglar su cabello y llevarse a la boca un caramelo.  
Yo rabiaba viendo sus ceremoniales, suplicando al cielo y al infierno por unos minutos más con ella, pero ninguno de los dos me escuchó. La bella durmiente se puso en pie y atravesó rápidamente el ahora mucho más despejado vehículo.  
En la parada un hombre muy alto y un niño pequeño se levantaron sonrientes al verla descender del bus. El niño se abrazó a su pierna y él la besó distraídamente, como sólo lo haría el que está más que acostumbrado a sumergirse en esos labios perfectos.  
Golpeé con fuerza mi puño contra el cristal sobresaltando al anciano que iba ahora a mi lado. A través de mis lágrimas vi cómo se alejaban los tres agarrados de la mano.  
Me sentía engañado, burlado, destruido.  
Engañado por esas pestañas que no me dijeron nada.  
Burlado por esa mano sin anillo.  
Destruido por ese infame que me la quitó incluso antes de que yo pudiera saber que ella existía.  
El bus empezó a moverse nuevamente y grité sin pensar pidiendo que se detuviera. El conductor miró mi cara de loco y decidió que podía estar lo suficientemente desequilibrado como para que resultara mejor obedecerme. Esperó a que me bajara y se alejó a toda velocidad.  
No estaban lejos, no tenían prisa. Seguramente ella había tenido turno de noche en algún hospital y ahora regresaba cansada a disfrutar de su familia. El niño le contaría emocionado los pormenores de la noche anterior, luego desayunarían juntos y el pequeño se quedaría viendo televisión mientras él la llevaba a la cama y le hacía el amor para que ella durmiera más plácidamente. Los seguí a cierta distancia hasta que entraron a un edificio de cinco plantas. Me quedé mirando la fachada durante varios minutos y había decidido que era hora de marcharme cuando ella apareció. Se asomó al balcón más elevado con una camiseta que seguro era de él, dejando al descubierto unas piernas magníficas. Llevaba una taza de café sujeta con las dos manos y constantemente giraba la cabeza riendo por algo que ocurría a sus espaldas.  
Después de unos minutos entró y cerró la puerta de vidrio para no reaparecer más.  
Ahora sí, reconfortada por el café, debía estar revolcándose en la cama con aquel cerdo. Burlándose del idiota del bus. 
Agarré una piedra del tamaño de mi puño y la arrojé con fuerza contra su ventana pero era más pesada de lo que yo creía y le pegué a una anciana en la tercera planta.  
La sangre corrió de forma escandalosa y yo también corrí. Corrí sin prestar atención a los gritos de una turba numerosa. Corrí ignorando el cada vez más fuerte ulular de sirenas.  
Un par de adolescentes entraban en un conjunto residencial y aproveché para colarme entre las protestas de los chicos y las amenazas del portero. Giré a la izquierda en una pared de ladrillos rojos que anunciaba en letras doradas "Torre 1". Subí al ascensor y oprimí el 14.  
Me bajé en lo que en realidad debía ser el trece y subí un pequeño tramo de escaleras hasta llegar a la azotea que no estaba cerrada con llave. Miré hacia abajo y me di cuenta del caos que había desatado. En cuestión de minutos la calle se había llenado de policías, periodistas y cientos de curiosos.   
Bloqueé la puerta de la azotea y me senté a mirar. Al poco rato llegaron las primeras ambulancias y un camión de bomberos.  
¡Mamá, estoy en la tele! Grité mientras descendía a la velocidad del viento.